Diseñadores y pasarelas internacionales, un año atrás, ya dictaron las tendencias que regirán las colecciones de este otoño-invierno. De la reinterpretación de lo visto en Nueva York, Londres, París o Milán —a menudo, extravagancias que parece imposible que alguien pueda lucir— surge lo que ya se exhibe en los escaparates de illa Carlemany.
La influencia de los años setenta se deja ver en las propuestas tanto para mujer como para hombre. Por ejemplo, las camisas femeninas incluyen grandes lazos en el cuello, mientras que las masculinas lucen chorreras, pañuelos que forman parte de la propia camisa o cremalleras en vez de botones.
En el armario femenino, aunque el rojo es el color para vestir de fiesta, el blanco es omnipresente y convive con estampados de cuadros, flecos, piezas con efecto cuero, lana de punto grueso y cazadoras y abrigos minimalistas y largos hasta los pies.
La lana de punto grueso y trenzado, y los abrigos largos y simples también cuelgan del armario masculino. Para el hombre más clásico, se incorpora el color chocolate en los trajes. Para el elegante pero provocador, el estilo se feminiza con bolsos exageradamente grandes, piezas de satén en tonalidades atrevidas y pantalones de pierna ancha, enfatizados con costuras delante o en los lados. Para el informal, las propuestas son sudaderas anchas, de cintura elástica y con botones hasta el pecho, combinadas con pantalones de bolsillos delanteros superpuestos y chaquetas de plumas.
Y una propuesta curiosa, que vamos a ver si triunfa con las bajas temperaturas de invierno: pantalón corto combinado con calcetines hasta la rodilla. ¡Un atrevimiento que provoca escalofríos solo de pensarlo!